Había una vez un dedo que pertenecía a un cuerpo desconocido para él, no sabía cual era el estado emocional de aquel enorme cuerpo al que pertenecía, así que ante tanta incertidumbre el dedo decidió sonreír en todo momento y mostrarse feliz, pero llegado un día, aquel cuerpo enorme le mostró su rostro y para alegría del dedo se dio con la sorpresa que llevaba impreso como huella dactilar la cara de aquel cuerpo; de la misma manera haciendo una analogía todos los seres humanos llevamos impreso el rostro de Dios en nuestros corazones que siempre debemos mostrarlo a los demás para felicidad y misericordia de todos.
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